sábado, 6 de agosto de 2011

ARTÍCULO DEL PADRE GENERAL


Un carisma que cumple 500 años en la Iglesia y en la sociedad
Los Padres Somascos no pueden pasar por alto el acontecimiento protagonizado hace ahora 500 años por Jerónimo Emiliani, su Fundador, la noche entre el 27 y el 28 de septiembre de 1511.
Porque aquella noche fue, para ellos, la realización de ese actuar reservado de Dios, que «va construyendo poco a poco su propia historia a través de la historia de la humanidad». Sirviéndose de María, Madre de las Gracias, Dios, rico en misericordia, llama al corazón de Jerónimo -un joven soldado de la Serenísima República de Venecia- y lo prepara para formar parte del grupo de grandes santos del siglo XVI, «que son, a su vez, otras tantas irrupciones del Señor en la historia embarullada de un siglo que estaba yendo a la deriva al alejarse de Él».
Ese acontecimiento providencial no es más que un pequeño episodio que se enmarca en la larga y despiadada guerra que la República de Venecia, en la cumbre de su poderío, mantuvo contra todas las potencias europeas desde 1508 (La Liga de Cambrai) hasta 1516 (la paz de Noyon).

Jerónimo Emiliani, joven patricio veneciano, había conseguido que el Consejo Mayor le asignara, a la edad de 25 años, la regencia de una fortaleza situada en la cabeza del valle del Piave: Castelnuovo de Quero. Se presentó allí en la primavera de 1511, y se ocupó de su fortificación. Pero sus sueños de gloria se esfumaron al amanecer del 28 de agosto de ese año, cuando la guarnición de la fortaleza tuvo que rendirse ante la superioridad de las fuerzas aliadas. El regente fue arrojado en el calabozo y allí permaneció, encadenado y desesperado, un mes entero. Y durante la noche que va del 27 al 28 de septiembre, en el corazón del prisionero renacía la esperanza, debido a un hecho totalmente inesperado.


La frescura y el candor del ex-voto en que el hecho viene descrito te descoloca: «Jerónimo Emiliani, a pan y agua, humillado y afligido por la mala compañía en que estaba y los tormentos que sufría, habiendo oído hablar de esta imagen de la Virgen de Treviso, se encomendó a ella con corazón humilde, prometiendo que iría a ese santuario suyo milagroso descalzo y en camisa; y que encargaría varias misas. Statim (inmediatamente) se le apareció una mujer vestida de blanco, con unas llaves en las manos, que le dijo: toma esta llave, suelta los grilletes y huye. Y teniendo que pasar entre el ejército enemigo y no conociendo el camino de Treviso, se aflige de nuevo. Iterum (otra vez) se encomienda a la Virgen, y le pide que lo ayude a escapar del ejército con vida, y que le enseñe el camino para llegar hasta aquí; et statim (enseguida) la Virgen lo tomó de la mano y lo condujo entre los enemigos, aunque ninguno de ellos vio nada. Y lo llevó hasta el camino de Treviso, y en cuanto vio los muros de la ciudad, desapareció. Y él mismo contó este estupendo milagro.»
En este acontecimiento, la Congregación Somasca ha visto siempre, ya desde sus primeros años de vida, su origen, la "dulce ocasión" que la Providencia le había preparado para hacerla surgir en la Iglesia de Dios para servicio de los pobres. Un carisma nacido en una prisión y alimentado en la calle: un carisma en favor de quien vive prisionero de sí mismo, sin esperanza, y para quien la calle es la única "casa" que lo "acoge". Por eso, nuestra atención no se centra únicamente en el hecho milagroso de la liberación. En el silencio de aquella noche, la intervención de María rompió las cadenas de la prisión de Emiliani: pero, especialmente, las de su corazón, preparándolo para transformarlo en soldado de Cristo. Esa misma noche se pronunciaron las primeras palabras de un diálogo de amor entre el Liberador y el liberado, por él, poco a poco Jerónimo aprenderá a «interpretar los signos de los tiempos y a dar una respuesta inspirada a las necesidades que van surgiendo».

Y así, a los ojos de Jerónimo, iluminados por el Espíritu, se presenta la inmensa necesidad del momento: la reforma de la Iglesia. Y él se dispone a afrontar esa tarea colocándose en la lógica de Dios, que escoge lo débil del mundo para confundir a los fuertes. A la escuela de Jesús Crucificado, se adentra en un itinerario espiritual que durante diecisiete años de búsqueda de la voluntad de Dios lo llevará gradualmente a despojarse de toda seguridad humana para conformarse cada vez más al Cristo desnudo de la cruz. Pero el beato Juan Pablo II nos ha recordado que «el Espíritu mismo, lejos de separar de la historia de los hombres a las personas que el Padre ha llamado, las pone al servicio de los hermanos según las modalidades propias de su estado de vida, y las orienta a desarrollar tareas particulares, de acuerdo con las necesidades de la Iglesia y del mundo». Ardiendo de amor por Dios y por la Iglesia, Jerónimo se dedicó por completo a la contemplación y a la acción caritativa, siempre acompañado por su amiga la pobreza. Dio preferencia a la acción, para bien de los huérfanos, con los cuales quiso crear pequeños oasis de cristianos reformados, que serían la levadura vivtalizante de la reforma general de la Iglesia. Su ejemplo atrajo a muchos, que, como él, renunciaron a todo para seguir a Cristo Crucificado y servir a los pobres. Surge, así, la Compañía de los servidores de los pobres, que luego la Iglesia reconocería como Orden de los Clérigos Regulares Somascos. Ellos también, como su Fundador, manifiestan su entrega a Cristo sirviendo a los pobres.

El recién clausurado CXXXVII Capítulo General de la Orden se celebró bajo la óptica de este acontecimiento y se inspiró en él para mirar y programar su futuro: LIBRES PARA SERVIR, rompiste mis cadenas. Esta frase del salmo 115 es el lema inspirador de nuestro jubileo y de los próximos años. La Familia carismática somasca está llamada a fijar los ojos en su Fundador, a volver con él a Quero y a revivir la experiencia de la liberación. Ponerse en la piel de Jerónimo durante el mes en que estuvo prisionero, aunque sólo sea bajo la perspectiva de memorial, requiere determinados pasos fundamentales para que este carisma, que está a punto de superar la barrera de los 500 años, pueda seguir vivo y atrayente.
Primer paso: hay que tomar consciencia de la situación existencial y de nuestra condición de creaturas marcadas por el límite del pecado, que nos encadena, y no temer en llamar por su nombre a las cadenas que coartan nuestra libertad de hijos de Dios.
Segundo paso: hay que volver a alzar la mirada, haciendo memoria del don de gracia concedido a san Jerónimo y trasmitido por obra del Espíritu Santo a la Compañía y, por ella, a la Iglesia, nuestra madre, y a cada uno de nosotros.
Tercer paso: hay que reconocer que todo esto es un don inmerecido, y que la intercesión de María, que ha llevado de la mano a Jerónimo por el campo enemigo, sigue viva aún hoy para que la Compañia -la Iglesia, la persona- se mantenga libre y firme contra todo aquello que quiera volver a imponerle el yugo de la esclavitud.
Cuarto paso: Hay que reafirmar los motivos de nuestro nacimiento, de nuestra liberación de la prisión de Quero, que serían la glorificación de Dios, el bien de la Iglesia y la participación en su misión, mediante el servicio a Cristo en los pobres. En el plan de Dios, nuestra Orden no nace y se mantiene libre para su propio beneficio, sino para la Iglesia y para los pobres de Cristo.

Para todo esto llevamos tres años  preparándonos, interiorizando y tratando de actualizar el testamento de nuestro Fundador: son tres frases solamente, pero muy intensas, que sintetizan toda una auténtica experiencia carismática;
o     Seguid la senda de Cristo crucificado, despreciando el mundo: una espiritualidad entendida como seguimiento de Cristo; la espiritualidad somasca consiste en cargar, con nuestro dulcísimo Jesús, el peso ligero de la Cruz.
o     Amaos unos a otros: la comunión de vida, pues la Compañía Somasca ha de dar testimonio de un Iglesia reformada, como la de los tiempos de los apóstoles.
o     Cuidad de los pobres: una misión en función del Reino de Dios en el mundo, conforme a cuanto se dice en Mt 25 y Lc 10, porque la misión somasca es misión samaritana.
El jubileo de los 500 años es para renovar la fuerza y la vitalidad que contiene el milagro del 27 de septiembre de 1511, y para reafirmar que si ponemos toda nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor, Él seguirá haciendo cosas grandes por nosotros, exaltando a los humildes.
El espíritu que anima nuestra Congregación y toda la Familia Somasca es el de Quero; es el acontecimiento que nos mantiene enraizados en la historia de hoy, fieles al carisma que estamos llamados a guardar y desarrollar, y que a la vez que nos confirma a nosotros mismos, es para que confirmemos a nuestros hermanos en las obras de Cristo; y para no volver atrás ni dejar que otros vuelvan.

P. Franco Moscone crs
Prepósito general

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